Gobierno Local
27/06/18
Epistemicidio
Josep Centelles i Portella
Cambio de paradigma.
“Cambiar de paradigma” se dice fácilmente, pero puede resultar una frase meramente retórica y totalmente vacía. Para explicarnos usaremos algunos textos de enciclopedia[1]:
Thomas Kuhn (1922-1996) define paradigma como "una completa constelación de creencias, valores y técnicas, etc... compartidas por los miembros de una determinada comunidad".
Probablemente el uso más común de paradigma, implique el concepto de "cosmovisión". Por ejemplo, en ciencias sociales, el término se usa para describir el conjunto de experiencias, creencias y valores que afectan la forma en que los individuos perciben la realidad y la forma en que responden a esta percepción.
Los investigadores sociales han adoptado la frase de Kuhn "cambio de paradigma" para remarcar un cambio en la forma en que una determinada sociedad organiza e interpreta la realidad. Un "paradigma dominante" se refiere a los valores o sistemas de pensamiento y conocimiento en una sociedad, en un momento determinado. Los paradigmas dominantes son compartidos en el trasfondo cultural de la comunidad y en el contexto histórico del momento.
El articulista de la enciclopedia, acertadamente, nos hace la siguiente reflexión sobre el cambio de paradigma dominante:
Las siguientes son condiciones que facilitan el que un sistema de pensamiento y conocimiento pueda convertirse en un paradigma dominante:
— Organizaciones profesionales que legitiman el paradigma.
— Líderes sociales que lo introducen y promueven.
— Periodismo que escribe acerca del mismo, difundiéndolo y legitimándolo.
— Agencias gubernamentales que lo oficializan.
— Educadores que lo propagan al enseñar a sus alumnos.
— Conferencistas ávidos de discutir las ideas centrales del paradigma.
— Fuentes financieras que permitan investigar sobre el tema.
— Etc.
El paradigma dominante a nuestra sociedad es todavía el que podríamos denominar sistema de conocimiento científico-tecnológico objetivo. Somos herederos de la primera “globalización” que fue la que se produjo con la revolución industrial y tecnológica del siglo XIX.
En su mayor parte el mundo occidental está montado sobre las bases de una cultura tecnológica y esto es muy razonable porque en muchos aspectos nos ha dado muy buenos resultados. Sólo hace falta ver como con un “golpe de llave” ponemos en marcha nuestro automóvil con una garantía del 99%. Existen unas “verdades” de orden natural de las cuales el conocimiento científico y tecnológico ha descubierto las leyes. La aplicación de estas leyes nos lleva a unas certezas impactantes. Es comprensible que este método científico-tecnológico de aproximación a la realidad, que tantos adelantos nos ha reportado y que ha producido tantas maravillas, gane prestigio, adquiera dominancia, y, sin pensarlo demasiado, lo queramos extender y aplicar a todos los dominios que nos sea posible[2]. Lo hemos adoptado como verdadero paradigma dominante de nuestro mundo. Pero resulta que hay muchos ámbitos en los cuales no es eficaz, no da resultados, no funciona. Entonces nos encontramos perdidos. Nos hemos convertido en esclavos de esta visión pretendidamente objetiva del mundo, y, consecuentemente, proponemos soluciones que no son eficaces y no encontramos la explicación del porqué no funcionan.
El paradigma de la ciencia objetiva es muy útil para calcular una viga o fabricar un coche, pero es muy poco útil para tomar decisiones colectivas y dirigir hacia buenos destinos (buen gobierno) las comunidades humanas actuales que, inevitablemente, amalgaman intereses muy variados y dispersos. La ciudadanía dispone cada vez de más información y conoce mucho mejor sus derechos, consecuentemente está menos predispuesta a obedecer ciegamente órdenes o normas directas. Ello por mucho que los gobiernos hayan sido elegidos mediante mecanismos de democracia formal y aseguren defender el interés general. O por mucho que un puñado de científicos y técnicos las avale. Atendida esta dispersión de intereses, el ”interés general” o el “bien público” ya no es fácilmente identificable, ya no está en manos de los gobiernos o de unas élites la capacidad de determinarlo inequívocamente. El interés general se construye hoy en día en base a un complejo juego de interdependencias que denominamos gobernanza. La idea se resume en la siguiente frase: “en gobernanza el interés general se compone, no se impone”. El nuevo paradigma pone el énfasis en la calidad de las relaciones entre los actores, es decir, pone el énfasis en la calidad de las instituciones. Y estas serán buenas si, entre otras cosas, son capaces de “componer” intereses generales compartidos.
Desde esta perspectiva, si queremos hacer adelantos sustantivos hacia la sostenibilidad, hará falta hacer este cambio de paradigma y, a nuestro entender, quien primero debe hacer este cambio son las personas que se dedican más intensamente a la política[3] y, muy especialmente, los técnicos y profesionales que los asesoran y asisten en la toma de decisiones públicas. De hecho, muchos de los malentendidos y tensiones que hay hoy entre políticos electos y técnicos de la Administración, derivan que los segundos están excesivamente atados al rígido sistema de conocimiento científico-tecnológico, mientras que los políticos se mueven mucho más, si quieren ganar votos, dentro del conocimiento social. Un conocimiento social que ellos ayudan, sólo en parte, a construir.
En concreto, nuestra experiencia en formulación de estrategias urbanas nos muestra que todavía hay mucho trabajo que hacer entre los profesionales para lograr este cambio de visión en relación a los problemas de sostenibilidad que nos hace falta afrontar. Pese a que se van produciendo avances en la divulgación teórica de los conceptos básicos de la gobernanza y de la rotunda importancia que tiene la interdependencia entre actores, una gran mayoría de técnicos y profesionales todavía actúan (inconscientemente) sujetos a la vieja cosmovisión en la que se han educado.
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[1] Usamos la Wikipedia, no como fuente de autoridad, sino como fuente practica y de fácil comprensión. Los textos han sido adaptados y son de exclusiva responsabilidad del autor.
[2] Cuando un sistema de conocimiento (paradigma) deviene fuertemente dominante, como es el caso del científico-tecnológico, tiene tendencia a practicar lo que Boaventura de Sousa Santos denomina “epistemicidio”, es decir a desplazar, anular, o incluso a exterminar los demás sistemas de conocimiento.
[3] En la medida que somos seres sociales, todos nos dedicamos activa o pasivamente a la política en mayor o menor intensidad. La pasividad política, evidentemente, es una actitud política que favorece determinados intereses.
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